Hace tiempo leí en un artículo que un lector ávido tiende a juzgar menos su entorno y a los que lo rodean, ya que al experimentar mediante la lectura las vivencias de otra persona, ahonda en la perspectiva de ésta y observa sus acciones desde dentro quedándose sin el beneficio de la duda, es decir, sin el beneficio de juzgar a falta de un porqué. Así, la percepción de este lector hacia el mundo se enriquece y esto agudiza sus sentidos a tal grado que le es muchísimo más fácil empatizar con el prójimo.
Me tomó un tiempo aceptar completamente esta teoría. Los libros te cambian, es verdad, pero de una manera casi imperceptible. El cambio es tan íntimo que a veces ni siquiera nosotros sabemos cuándo, cómo, o qué libro fue el responsable.
Hoy te cuento sobre una excepción que me cambió manifiestamente.
El curioso incidente del perro a medianoche – Mark Haddon (2003)
Las vivencias de Christopher Boone, nuestro protagonista, son algo muy distinto a cualquier otra historia que haya leído anteriormente. Se trata de un chico de 15 años que odia el color amarillo y el marrón al grado de utilizar colorantes rojos para los alimentos con estos colores. Además, le desagrada el contacto físico y que la comida y los complementos se toquen o mezclen en el plato. Una vez duró 5 semanas sin hablar con alguien y se pone furioso cuando mueven los muebles de lugar. Por otro lado, adora las matemáticas y posee una memoria fotográfica.
A Christopher le gustan los perros porque no pueden mentirle, y es la muerte del perro de su vecina la que le da el título a esta obra, en conjunto con su admiración por Sherlock Holmes. Este acontecimiento lo lleva a contarnos la historia que nosotros leemos narrada en primera persona por él mismo. Lo anterior podrá parecer muy redundante, pero es un dato esencial, y es este aspecto el que cambió mi perspectiva respecto a muchas cosas.
Podrás pensar hasta ahora que se trata simplemente de un niño mimado en busca de atención. Eso creía yo, prejuicios, prejuicios… Christopher padece el síndrome de Asperger, una forma de autismo que dificulta la interacción social y torna a sus poseedores en personas obsesivas en sus muy exclusivas áreas de interés, las matemáticas y la geografía en este caso; todo esto entre otras características dependiendo la persona.
A diferencia de otros libros, en éste presté especial atención al narrador y no a lo que me contaba, así fue que aprendí y cambié mi perspectiva. Fueron sus pensamientos y no sus acciones los que me ayudaron a conocerlo y entenderlo realmente. La historia es buena, sí, pero no es lo que yo buscaría normalmente para leer. No me interesó en ningún momento conocer más sobre la vida de sus padres, de Siobhan o de sus vecinos, ni siquiera llegué a interesarme por saber quién había matado a Wellington, el perro que le da nombre a esta historia.
Debo confesar que al principio me pareció tediosa y un tanto estresante la narrativa tan pausada que llegué a concluir que su traductora había conservado las reglas del inglés ignorando por completo la estructura correcta del español. Esto hizo que me desagradara el libro de cierta manera, hasta que poco a poco descubrí que se trataba de un caso especial, y que la traductora en realidad estaba haciendo su trabajo más que bien.
Desde que entendí quién era Christopher realmente, todo lo que me interesó fueron sus pensamientos. Su forma de expresarse tomó sentido y dejo de ser estresante para tornarse en lo más interesante del libro. ¿Por qué tiene que tratarse de un caso especial redactado en prosa para que entendamos y perdonemos ciertas actitudes? No lo sé, así somos muchos de nosotros, incluyéndome. Pero después de leer este libro, al menos lo pensaré dos veces antes de juzgar las acciones o actitudes de alguien.